mercredi 29 octobre 2014

Caricias versus palabras




Recientes estudios demuestran que los perros prefieren ser acariciados en lugar de recibir una alabanza vocal. Al parecer, las caricias (estímulo adictivo del que nunca se cansan), no sólo refuerzan el vínculo humano-canino, sino que mantienen en buen estado de salud al animal, disminuyendo su pulso y su presión sanguínea. ¡Menuda decepción! Las palabras que en nosotros, los humanos, pueden llegar a ser mágicas o herir más poderosamente que espadas, dejan prácticamente fríos a nuestros hermanos perrunos.

   


Ironías aparte, este descubrimiento, sin embargo, debe sorprender, únicamente, a los científicos. Cualquiera que haya convivido y querido a un ser perruno puede corroborar este hecho sin necesidad de grandes muestras de estudio. Los perros necesitan caricias, y los gatos, esos mágicos seres incomprendidos, también necesitan caricias que devuelven terapéuticamente multiplicadas en ronroneos. Lo que no aclara el estudio, a pesar de todo, es para quien resulta más placentero o necesario acariciar a un animal peluchil. ¿No es ese uno de los motivos por los que, secretamente, muchas personas conviven con otros animales? Victor Hugo anunció mediante una curiosa hipótesis que  "Dios hizo el gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre". Tenía algo razón.




Si siguiéramos una dieta emocional básica, los humanos necesitaríamos acariciar y ser acariciados diariamente para reforzar vínculos y mantenernos emocional y físicamente sanos. Sin embargo, ese vínculo táctil ha quedado limitado, básicamente, al ámbito amoroso/sexual o maternal. Reclamar y prodigar caricias, ser tiern@, da pudor (¿alguien recuerda en qué momento de su vida dejó de reclamar ser acariciad@?). Si hubiera un tribunal de crímenes emocionales contra la salud de humanidad, algo o alguien debería pagar por haber condenado al ostracismo al sentido del tacto, convirtiéndonos, de por vida (y a menos que no espabilemos), en una especie de neuróticos, fóbicos e inseguros.





Pero volviendo al tema perruno, vale, los perros necesitan ser acariciados para sentirse vinculados a sus humanos, al igual que más sanos y queridos. ¡Buen científico, guapo científico! Investigaciones como esta demuestran que, además de la necesidad de publicar estudios sobre cualquier tema, la comunidad científica es una maestra en el arte de proyectar y centrarse en observar pajas en ojos ajenos en lugar de hacer hincapié en las propias. Aunque, tal vez, y solo tal vez, este estudio haya sido la excusa inconfesa de un grupo de fóbicos al contacto para acariciar, si no un tigre, algo parecido a un lobo. Who knows… 


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jeudi 23 octobre 2014

La implacable persistencia de las “Señoras de”



George Clooney, alias “Mr Nespresso”, “el soltero más codiciado del mundo” o “me unto las suelas de los zapatos con albóndigas para que este perro tan mono me escoja” se ha casado. Este bombazo del mundo corazonil, en sí mismo, ya es capaz de hacer pulsar el botón de stop terráqueo. Sin embargo, hay una noticia derivada del feliz acontecimiento, que no sólo es capaz de lograr parar el mundo, sino de hacerlo girar hacia atrás sobre su eje: su esposa, Amal Alamuddin, joven, inteligente, carismática, independiente, una de las abogadas más prestigiosas del momento y potencial it girl, se ha cambiado de apellido. Ahora es Amal Clooney, o, directamente, la señora Clooney.




Cuando creíamos que el vetusto club de “las señoras de” estaba de celebradísima capa caída, llega una de las más prometedoras abanderadas del feminismo para propiciarnos una sonora bofetada en el rostro. Y es que, al parecer, una vez casada, a esta brillante mujer le han pesado (y traicionado) las tradiciones (¿os habéis dado cuenta de que traición y tradición se escriben casi igual?), como a tantas otras antes que a ella. Ya nadie recuerda, por ejemplo, cual es el auténtico apellido de Victoria Beckham, pero no duele lo mismo que se despersonalice y se “anexe” la ex-spice más pija, a que lo haga una de las más renombradas expertas en derecho internacional, derecho penal y derechos humanos. No hay color.




¿Qué expresa, en realidad, esta tradición tan arcaica, triste, machista y rancia de cambiarse el apellido? Nos dice “Mi marido y yo no somos iguales. Él es la figura alfa de la pareja, social y/o íntimamente, estoy supeditada a él. Permito que su protagonismo eclipse al mío”. ¿Y qué puede impulsar a una super mujer como a Amal a traicionar(se), a seguir mutilando el progreso? ¿Cómo es que casi nunca vemos cambios de apellido en los esposos? ¿por qué las renuncias y las transigencias en las mujeres se siguen fomentando y premiando socialmente en detrimento de estas? 




Aunque no lo comparta en absoluto, exhibir públicamente tu condición de casad@, sin embargo, me parece una decisión muy respetable. Sin embargo, puestos a ponerse una alianza metafórica de cara a todas las galerías, ¿por qué no hacerlo ambos? El guapo actor Aaron Taylor-Johnson era al nacer, simplemente, Aaron Johnson. Tras casarse con la directora de cine Sam Taylor-Wood, la pareja decidió unir sus apellidos. Por lo tanto, ahora ambos son los  señores de Taylor-Johnson. Así sí vale, así están diciendo al mundo “ambos somos iguales” y con excepciones como la suya el castigado planeta vuelve a girar un poquito más rápido en la dirección que naturalmente le corresponde, tratando de compensar, aún sin éxito, el peso de demasiadas tra(d)iciones.


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mardi 7 octobre 2014

Zinemalding 2014: Eau de cinéma




Melancolía es una palabra que durante 9 días, y contra todo pronóstico, no describe a Donosti, petit Paris, Ñoñoland autoconsciente, ciudad trilingüe, y provisional centro neurálgico de la cinefilia mundial tras recoger el (aún resacoso) testigo de Venecia.

Dos meses y medio de otoñoso verano parecen querer compensar su racanería con un sol deslumbrante. Y luminosa a San Sebastián casi no se la reconoce, parece engalanada, como los carteles de cine que decoran sus calles o los muy cinéfilos adornos de los escaparates. Su banda sonora natural ya no es un tema de Family, sino una jubilosa canción napolitana. Sus habitantes y visitantes, ese extraño híbrido más o menos bien avenido, se echan a las calles, curiosean, remolonean, se dejan llevar. Y es que hay una energía distinta que se percibe en todas las calles y rincones de la ciudad:

huele a cine.




Para los más cinéfilos, tras sacrificar una parte considerable de su sueldo en entradas, cualquier aperitivo, ración o, directamente, atracón cinematográfico, resulta insuficiente, mientras que los acreditados, ese privilegiado clan odiado y respetado, a partes iguales, habita en una suerte de triángulo de las Bermudas entre el teatro Victoria Eugenia, el Kursaal y el teatro Principal, un lugar extenuante y mágico en el que el tiempo parece o bien detenerse o discurrir a un ritmo distinto.

Como ciudadan@, un@ no se acostumbra del todo a que en lugar de un anónimo desconocido, un director/directora/actor/actriz, cruce a tu lado, distraídamente, un paso de cebra, ni a toparse con el equipo completo de una película haciendo la compra en la Parte Vieja, ni a tomarse un té en una terraza junto a ese rostro tan conocido al que ocultan unas enormes gafas oscuras, pero que acaba delatando, traicionera, su voz.




Los adolescentes, mucho más resueltos y menos pudorosos, no sólo hacen guardia estoicamente para conseguir el autógrafo/selfie de turno, sino que irrumpen temerariamente, hasta en mitad de las carreteras, con la intención de robar, incluso desde un coche oficial en marcha, el saludo de la teen star de turno. Y es que debe ser una época especialmente extenuante, ya que la cantidad de hombres atractivos por metro cuadrado se quintuplica y eso no hay corazón (adolescente o no) que lo resista.

Ironías cinéfilas. “Bonita”, valoración recurrente y desgastada, utilizada normalmente por señoronas (y señorones), asiduos de la sección oficial, provoca el menosprecio más absoluto en el cinéfilo más gafapastil. Y es que “bonita”, como mini review de una película, es la antipalabra, la anticalificación, la “you shall not pass!” que gritara Galdalf el gris. Como contrapunto, todo film que pueda ser catalogado como “valiente”, “transgresor”, “original” o “propuesta rompedora”, será aupada a los altares cinéfilos por los haters de la palabra anterior, incluso aunque, en conjunto, se trate de un truño.




Este 2014 el Zinemaldia me ha enseñado, entre otras cosas, que a los bebés daneses se les duerme paseando en cochecito por la carretera, en mitad de la noche y en pleno invierno (A second chance); que una simple puerta cerrada puede ser más terrorífica, en nuestra imaginación, que cualquier imagen dolorosamente explicita (Magical Girl); que había otras formas de mostrar el incontenible júbilo de la libertad que el cine no había explorado (momento Wonderwall en Mommy), que, en el fondo, y con Daft Punk de soundtrack, casi todos los miembros de mi generación seguimos siendo un atajo de peter panes (Eden), o que existe un remedio infalible para que las flores (y las heridas) duren más tiempo (Loreak).

Y, tras la lluvia de perseidas cinematográficas, una vez echados los telones, barridas las entradas y recogidas, como lenguas exhaustas, las alfombras rojas, como por arte de magia, la niebla vuelve a inundar la ciudad y melancolía es una palabra que, para bien o para mal, vuelve describir a Donosti.





Gracias a todas las películas, buenas, malas y reguleras, que pasaron por mis retinas

A los temas que siempre asociaré a sus bandas sonoras

A todos los cómplices (melenudos o no)

A los directores, actrices, actores y demás que se “cruzaron con mi mirada” en una rueda de prensa o fuera de ella.

A Jessica Chastain y al triste (patético) hecho de que su dieta vegana dejara sin recursos culinarios a los grandes chefs de la city. Espero que hayan aprendido algo.

Y al chico con la sudadera de caretos de Ryan Gosling (sí, en plural) por hacerme sonreír.




Hurrengo urte arte! See you next year!



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