mercredi 19 décembre 2012

Imitando verdugos




Lo afirmaba de manera tan rotunda, que supe que no habría forma de hacerle cambiar de opinión. Aquella señora no podía entender las críticas de su hija sobre los supuestos privilegios machistas de los que se favorecía su hijo. ”Los hemos educado igual.  Siempre les hemos dicho que hombres y mujeres eran iguales” repetía incesantemente. Tuve que morderme la lengua para no explotar su burbuja igualista. Lo que aquella buena mujer le hubiera repetido hasta la saciedad a sus retoños era lo de menos. De nada sirve afirmar una cosa y adoptar el comportamiento opuesto. En la esquizofrenia infantil entre lo que se dice y lo que se hace, generalmente, gana lo segundo.
De niños aprendemos por imitación, absorbiendo la forma de ver y de enfrentarse al mundo de nuestros seres más cercanos, y, al jugar, reflejamos y copiamos sin pudor comportamientos adultos. Más mayores, reproducimos elementos de los looks y estilos de otros cuando nos vestimos. Nos nutrimos de musos e influencias cuando creamos. Mimetizamos allidondefuereshazloquevieres cuando viajamos o trabajamos. Alimentamos expectativas heredadas y escenificamos escenarios ajenos cuando nos enamoramos. Casi nada es total y genuinamente nuestro, bien sea bueno o malo.

La psicopatía también se puede imitar. Está demostrado que cada vez que un asesinato o masacre sale a la luz pública, decenas, puede que cientos de (potenciales) psicópatas a lo largo de mundo, se “inspiran” para llevar a cabo una atrocidad parecida.




 
Al conocer la noticia de la matanza de Newtown, además del lógico shock (y de la aún más lógica reafirmación por el desprecio a la segunda enmienda, esa que recoge el derecho a llevar armas), dos cosas surgieron en mi cabeza. La primera fue lo mucho que (salvando las distancias) esta tragedia se parecía al argumento de Tenemos que hablar de Kevin y la segunda “¿cuántas semillas de sangre se acaban de plantar?”.

Es muy fácil esconder el espejo y demonizar a un asesino con evidentes problemas mentales e incluir en la quema a su madre, Nancy Lanza, una fanática de las armas, obsesionada con la llegada del fin del mundo, que enseñó a disparar a sus propios hijos por si ocurría “cualquier tipo de emergencia o caos”. Pero ese ambiente enfermo, disfuncional, enrarecido en la casa de los Lanza, no ha surgido de la nada, como un inocente conejo de una chistera, sino que es producto de muchas circunstancias desafortunadas: crecer en la familia equivocada, en el país más pro-armas y paranoico, y en el, probablemente, momento más desconcertante y desorientado de la historia, entre otras muchas cosas.
Obsesionados con el porqué de cada tragedia concreta, con señalar, marcar y ajusticiar a los culpables, casi nadie parece considerar que los casos aislados (y las responsabilidades aisladas) no existen, sino que cada acto y respuesta están interconectados con todo lo que les rodea. Y es que tod@s somos víctimas de víctimas y muchos (y variados) son los ingredientes que conforman un caldo de cultivo.
 
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lundi 3 décembre 2012

Atracción sexual genética




[Aviso al/a lector/a: esta actualización es una mezcla entre psicología, tabúes sexuales y frikismo desinhibido (amén de contener spoilers sobre famosas sagas galácticas y algunas series), así que si el cocktail de todos estos elementos no te interesa, abandona ahora o arrepiéntete para siempre].

Cuando Luke Skywalker conoce a Leia, en lugar de una perturbación positiva en la fuerza, lo que siente es un flechazo en toda regla. Con el paso del tiempo, ese cuelgue se transforma (o se reprime), no sólo porque hay claros indicios de que el objeto del afecto de la princesa es otro, sino porque se impone un obstáculo infranqueable entre ellos: ¡son hermanos!.
Tradicionalmente, este último dato es lo suficientemente poderoso y tabú como para desenamorar a cualquiera, pero, si Luke hubiera intuido ese vínculo desde el principio, gracias a sus poderes, y a pesar de todo hubiera seguido deseando un encuentro sexual o, incluso, una relación romántica, ¿le habríamos considerado un pervertido y/o un enfermo mental? ¿habríamos censurado su inclinación al incesto con más severidad que su posible inclinación hacia el lado oscuro?

La respuesta a estas dos cuestiones sería un claro y rotundo si sólo si se desconociera el fenómeno de la atracción sexual genética, término acuñado a finales de los 80, pero, lo suficientemente insolito, inquietante y censurable como para no aparecer ni en la prensa ni en los manuales de psicología. Al parecer, afecta a personas genéticamente cercanas, como padres e hijos, hermanos o, incluso, primos carnales que han crecido separados y que se conocen (o se reencuentran) en la edad adulta.
 
 
¿Por qué surge? A menos que se sea un Lannister, el vínculo familiar normal a través del contacto y el afecto que se crea en familias que permanecen unidas desde la infancia elimina la posible atracción sexual entre sus miembros. A esto se le conoce como Efecto Westermarck o impronta sexual inversa, y se intuye que es la estrategia evolutiva que evita la endogamia. Sin embargo, en miembros de la misma familia que crecen separados (o no llegan a conocerse), este “vínculo antierótico” no se ha creado, por lo tanto, es en la necesidad de crear ese lazo lo más rápida y eficazmente posible a partir del encuentro, cuando surge un inoportuno efecto compensatorio, aproximadamente, en la mitad de los casos: la atracción sexual genética.
La ASG ha comenzado a estudiarse muy recientemente. El mayor número de adopciones sumado a la mayor facilidad para acceder a los datos personales de esos familiares extraviados, ha facilitado los reencuentros.Sus afectados se enfrentan a un verdadero dilema emocional y cultural que casi siempre es duramente censurado por su círculo más cercano.                                                                                                                        
Algunos padres ven en sus hijos rasgos claros de la mujer o el hombre del que se enamoraron; entre hermanos, en algunas ocasiones, conocer a esa persona resulta como encontrar a ese alma gemela con la que llevas soñando toda la vida, alguien extrañamente familiar con quien se comparten tantas similitudes, a tantos niveles, que asusta.
 
 
Muchos de sus afectados han sucumbido al incesto y se han enfrentado, incluso, a denuncias y penas de cárcel. Otros han formalizado su relación sin censuras ni remordimientos (a pesar de ser condenados al ostracismo por familiares y amigos), llegando, en algún caso, a tener hijos biológicos. También hay un porcentaje considerable que ha conseguido, con mucho esfuerzo y fuerza de voluntad, frenar su atracción a tiempo y reformular la relación. Pero en lo que todos parecen coincidir, es que no se puede juzgar ni condenar una situación de este tipo, a menos que se haya vivido en primera persona.
Yo tengo una hipótesis sobre la ASG que, posiblemente, sea del todo descabellada. Opino que hay una relación directamente proporcional entre la insatisfacción e infelicidad que padecen estas personas antes de conocerse y la fuerza de la atracción sexual que, potencialmente, puede surgir entre ellas. Si, por el contrario, estos padres/hermanos/etc están más o menos satisfechos con su familia adoptiva y/o con la vida que han creado en la edad adulta, tendrán menos necesidad de crear un vínculo compensatorio que llene sus “carencias de felicidad y familia”.
 
 
 
Hay varias formas de prevenir la ASG. Además de despojarla de su condición de abominación de la naturaleza, los miembros de la familia deben tratar, siempre que sea posible, mantener el contacto regular con esos familiares extraviados (vital en el caso de hermanos). Cuando la falta de contacto resulta inevitable (los casos de adopciones internaciones son el ejemplo más extremo), debería ser obligatorio que, antes del esperado encuentro, estas personas fueran advertidas y guiadas por un profesional.  
 
Puede que en el futuro una mayor conciencia social y ecológica multipliquen considerablemente el número de adopciones, por lo tanto, es más que probable que el fenómeno se normalice y que famosas terapias contra la ASG surjan con ellas.                             
 
Se dice que este fenómeno es el último gran tabú sexual que nos queda como superar como especie. Je ne sais pas. Lo que si tengo claro, es que, ya no volveré a ver el culebrón de parentescos de Star Wars (o cualquier reencuentro familiar en la pantalla, bien sea grande o pequeña) con la misma inocencia.
 
 
 

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