Uno
de los titulares preferidos por la prensa, nacional e internacional, es el ¡vente a Alemania, Pepe!, o la
emigración, forzada y forzosa, de miles de jóvenes pero sobradamente preparados
que, frustrados y desencantados ante el devastador tsunami de paro, sueldos tercermundistas y ninguneadísimos derechos
laborales, han decidido hacer sus maletas y buscar refugio en otros países, más
profesionalmente acogedores y menos económicamente inundados.
Y
si, es indudable. Las cifras de jóvenes que abandonan en masa el país como si
fuera la última noche del Titanic aumentan diariamente. Por lo tanto, el
titular encaja como un guante en la doctrina del shock bajo la que vivimos
sometidos. Lo que no nos cuentan, eso que parece que se quiere olvidar, es que si
bien el porcentaje de éxodo laboral juvenil
ha subido, no lo ha hecho de forma desproporcionada o exponencial. Se va más
gente que antes, es cierto, pero, según los demógrafos, el flujo de “españoles
en el mundo”, como ya nos enseña el famoserrimo programa televisivo, siempre ha
sido continuo y constante. Los jóvenes tienen la sana tendencia a hacer las
maletas desde siempre, pero nadie ha querido remarcarlo hasta ahora.
Parece
que las ramas gigantes y distorsionadas de la crisis nos impiden ver el bosque.
El panorama laboral, antes de que estallasen todas las burbujas, por ejemplo, no
era, precisamente, alentador. También entonces, por muy preparad@ y formad@ que
estuvieses, resultaba más que complicado encontrar un trabajo a la altura de
tu preparación y tus habilidades (a menos que se tuviera mucha suerte, enchufe y/o se cursara
una de las carreras estrella como ingeniería, en todas sus especialidades), de
tal forma que la mayoría de la población joven se limitaba a tragarse sus
sueños y sus aptitudes para conformarse con un trabajo que, simplemente, le
pagase las lentejas.
Y
es que este país no es y, posiblemente, nunca ha sido acogedor y nutridor con
sus nuevos cachorros. Es cierto que en la pre-crisis era más fácil encontrar un
empleo digno, pero la generación de la frustración laboral ya había comenzado: encontrar
ese trabajo ansiado o vocacional, para que el que se llevaba media vida soñando
(y muchos años preparándose) resultaba un lujo sólo al alcance de muy pocos. Y ya
entonces, como ahora, había un porcentaje de gente muy cualificada que
sentenciaba “me merezco algo mejor y aquí no lo voy a encontrar”.
Las
diferencias entre la pre-crisis y middle-crisis son más cuantitativas que
cualitativas. Hace 10-15 años nos dijeron que si éramos buenos y seguíamos
todas las directrices, conseguiríamos un buen trabajo como recompensa, pero descubrimos
que era mentira.
A
las últimas generaciones les dicen: no vale la pena que sueñes o que te
esfuerces. No aspires a nada gratificante o trascendente. Tener una vocación es
una cursilada que pertenece al pasado. Sé práctico, se pasivo, se apático. Si finalmente
lo encuentras, confórmate con un trabajo de mierda y da gracias por tenerlo. ¿Descubrirán
que es verdad?