Si Berlanga hubiera introducido los accidentes cinegéticos de la casa real en el guión de La escopeta nacional (o séase, el fraticidio involuntario del rey, su actual rotura de cadera y el autodisparo en el pie del nieto Froilancín), posiblemente, se hubiera considerado demasiado esperpéntico y surrealista, incluso, para el universo berlanguiano. Y es que la realidad siempre supera a la ficción.
No es difícil imaginarse la precuela. Érase una vez un rey muy mayor, carca y achacoso que anuncia a sus consejeros que, en plena semana santa, necesita una dosis de virilidad real en forma de sangre de paquidermo. Todos se le echan encima gritando “¡nooooooooorl!”, pero el monarca, además de los arranques temperamentales, las cabezonerías y los melopasotodoporelarcodeltriunfismos de la vejez, suma la prepotencia rancia de su rango y contesta “pues me largo, porque yo lo valgo”.
Poco imaginaba el juancar la granizada de críticas que le iban a caer por culpa de un accidente delator. Y es que él siempre ha cazado todo lo que se le pusiera por delante, contra cruzadas conservacionistas y sin escrúpulos de ningún tipo ni condición. ¿Por qué le critican ahora? ¿es que es por el gasto económico que ha supuesto su sangriento capricho en plena crisis, por su falta de transparencia o por lo inapropiado del hobbie en si mismo? Sin embargo, de entre todas estas dudas, su mente real no deja de dar vueltas a una espinosa cuestión: ¿si no llevaran todos el cinturón tan apretado, se me habría censurado de la misma forma?
Y es que como bien dice el director de investigaciones de Igualdad Animal, todo el mundo habla del coste económico y de la frivolidad del monarca, pero nadie piensa en el coste de la matanza para la familia de ese elefante, o más bien, elefanta. Se trataba de una matriarca, la pieza estrella de cualquier caza de elefantes que se precie debido a su tamaño, majestuosidad (y magnífico marfil). Contra las cacerías hemingwayanas no hay Diane Fossey que valga. En países paupérrimos como Botswana, los esfuerzos conservacionistas nunca traspasan los muros del poder y el dinero.
Los elefantes, ajenos a la estupidez, ruindad y sadismo humanos, se organizan en clanes organizadísimos y muy complejos. Cuando una matriarca muere, toma su lugar otra hembra que ha recibido todos los conocimientos de la hembra fallecida: las rutas migratorias, dónde buscar agua, comida, etc. La muerte, por causas naturales, de una matriarca, significa que, tras el periodo de luto (con ritos funerarios incluidos que, además, se repiten año tras año) la manada se reorganiza.
Cuando una matriarca muere asesinada, sin embargo, se condena a toda la manada, ya que los más jóvenes no tienen de quien aprender a encontrar esos conocimientos y rutas; este hecho se ha vivido en muchos poblados y ciudades africanas, donde pequeños grupos de jóvenes elefantes asaltan, en una aparente euforia vandálica, desde casas y tiendas hasta siembras y cosechas. Se comportan como se comportarían (de hecho así sucede) un grupo de adolescentes que vive sin la guía de sus mayores. Es entonces cuando los cazadores utilizan estos actos como excusa para matar a estos jóvenes elefantes también.
Resulta ingenuo pero inevitable preguntarse: ¿y todas estas vidas preciosas brutalmente aniquiladas sólo para que un grupo de ricachones sin escrúpulos pueda demostrar que forma parte del equipo de los intocables sin Elliot Ness? ¿no podría alguna especie alienígena bajar a la tierra y cargárselos dolorosa y lentamente, esgrimiendo los mismos y asquerosos argumentos con los que ellos justifican la caza de elefantes?
Ante la presión popular, el mataelefantes real ha pedido perdón, pero no nos engañemos: sólo ha sido un cachete. Sin embargo, por mucho que se disculpe con ese campechanismo que tan buen resultado le ha dado siempre, el asunto sigue oliendo a podrido de forma insoportable. El mismo juancar sabe que, él solito, su mayor representante, ha disparado otro tiro de gracia a ese ente, hasta hace poco intocable, que era la anacronísima institución de la monarquía. Los que vemos el triste espectáculo desde fuera, sin embargo, encontramos, entre el asco, la rabia y la indignación, un rayo de esperanza ante la certeza de que la realeza se esta mutilando, poco a poco, a si misma… por la gracia de dios…