mercredi 21 décembre 2011

Impress yourself!


Una revista que alguien olvidó o abandonó en una de las salas de espera del hospital (o el lugar más aséptico del mundo), me contagió con la duda: ¿cuándo fue la última vez que te impresionaste a ti mism@?

No era más que el artículo de un psicólogo. Uno de tantos que intentan volvernos más autoconscientes y autodependientes. Nada que no supiera, en realidad, pero me dejó K.O. mientras escaneaba, inútilmente, los últimos sucesos de mi vida.

Lo cierto es que, por muy exigente que se sea (o se crea ser), uno sitúa el “hasta aquí” en la satisfacción o en la palmada en la espalda de los otros, pero nunca, o raras veces, en el (como diría Iván Zulueta) autoarrebato.

Tener como meta el impress yourself, puede parecer una utopía o un ejercicio masoquista, pero, bien pensado, ¿no es eso, acaso, lo que esperamos de los otros? ¿no deseamos que, ocasionalmente, todo lo que nos rodea nos impresione, fascine, inspire y enamore para sentirnos vivos?

Necesitamos admirar a nuestros amigos y seres queridos para que nos impulsen, para que nos motiven, para no aburrirnos, ¿pero por qué es menos vital impresionarse a uno mismo? Al fin y al cabo, somos la persona más importante de nuestra vida y si no nos admiramos por aquello que somos capaces de ser o de hacer, si no tratamos de aspirar a lo máximo en todas las facetas de nuestra vida, difícilmente podremos alcanzar algo realmente extraordinario.

Si los otros, los que viven fuera de nuestra piel, pueden dejarnos con la boca abierta, nosotros también. Sólo hay que subir (cuando no se tiene demasiada fe en un mismo) o bajar (cuando la autoexigencia es tan grande que ciega) el listón. Generalmente, somos demasiado perezosos e injustos: ¿cuánto tiempo vamos a seguir poniendo el botón de la hipervelocidad en el exterior de la nave?

dimanche 11 décembre 2011

La ironía de llevar gafas



Benjamin Franklin decía que las 3 cosas más difíciles en la vida son guardar un secreto, perdonar un agravio y aprovechar el tiempo. Con todos mis respetos para este eminente político, científico e inventor norteamericano, creo que la afirmación no es del todo exacta. Yo añadiría una cuarta misión imposible a esta lista: las cuatro cosas más difíciles en la vida son: guardar un secreto, perdonar un agravio, aprovechar el tiempo y mantener impecables las gafas.
Esto es algo de lo que nadie te previene. Todos se callan ladinamente: desde tus gafaconocidos hasta los solícitos dependientes de la óptica. Estos últimos te aseguran que un simple lavado con jabón ocasional será suficiente y tras esa flagrante mentira consiguen dormir tranquilos noche tras noche. Sin embargo, estarás solo y desvalido cuando, entre tus sesiones diarias de lectura y ordenador, descubrirás que por mucho que limpies, pulas y des esplendor, la impecabilidad gafil solo dura desde el momento en que las lavas… hasta que te las vuelves a poner.
Ahora que soy ligeramente hipermétrope, siento un nuevo respeto por las personas que utilizan gafas 16 horas al día. La cantidad de preciosos minutos que se pueden desperdiciar en lavar y limpiar unos cristales durante toda una vida me da vértigo.
Utilizar gafas, además, despierta temores ancestrales, de esos que han sido introyectados vilmente en nuestras madres. Tarde o temprano, siempre habrá alguien que te diga “¿me dejas probarme tus gafas?”. Entonces te asaltará la duda junto con unos molestos sudores fríos: ¿Y si no están perfectamente limpias? ¿qué va a pensar de mí?. Y comprenderás por qué los marujos siempre sufren cuando reciben invitados en casa sin previo aviso.
Si se es cuidados@ por naturaleza, las gafas se convierten en una obsesión rayana en lo obsesivo-compulsivo y muchas de las actividades que antes se realizaban con naturalidad ahora quedarán modificadas o limitadas: comerás y beberás con miedo de que se te escapen los cubiertos o el vaso y te rayen los cristales; dejarás de abrazar a la gente o de leer de costado por temor a cargarte las patillas y sufrirás estúpidos ataques de vértigo cada vez que subas unas escaleras o des un salto por temor a que se te caigan. Llevar algo caro y delicado encima es una responsabilidad para la que no todos estamos preparados. Básicamente, es como si una joyería de lujo nos prestara un artículo y nos pidiera que lo lleváramos todos los días pero con ropa de calle, en lugar de una ocasión especial, como ser invitad@ a los oscar.
Pero volviendo al tema principal, en mis últimos y gafiles tres meses y medio, lo más inquietante (y triste) que he descubierto,  ha sido que estamos condenados a esforzarnos continuamente por “limpiar y lavar”. Ver la realidad, con un 100% de nitidez y durante un periodo medio o prolongado de tiempo, es imposible.
Related Posts with Thumbnails