mardi 15 novembre 2011

Cuando la realidad supera a la ficción



Una buena tarde, paseando entre las novedades literarias de Fnac, me llamó poderosamente la atención un libro titulado La bailarina, del japonés Ogai Mori. Puede que se debiera a mi predilección por los autores nipones o a su preciosa encuardernación, pero nada más verlo supe, con claridad meridiana, que tenía que leérlo inmediatamente. Sus escasas 75 páginas (prólogo incluido) eran una tentación difícil de rechazar, así que, sin siquiera pasar por caja, busqué una buena ventana y comencé a leer.
La historia podría resumirse (sin spoilers) así: Un estudiante japonés llamado Toyotaro viaja al Berlín de comienzos del siglo XX y conoce una jovencísima bailarina de baja extracción social. Se enamoran. Nadie ve con buenos ojos su unión, pero el chico se aplica y un futuro profesional brillante se extiende ante sus ojos. Sin embargo, el peso de sus responsabilidades (y su cultura) contraatacan: su amor es un obstáculo, así que su honor y su profesión compiten ferozmente contra la rubia Elise. ¿Quién ganará?

Al acabar la última página del prólogo (que reservé para el final) descubrí dos cosas: 1) que aquella novela de amor decimonónica (y algo ñoña,  misógina y desfasada) con abrupto final tenía, a pesar de todo, algunos buenos y recomendables momentos, y 2) que  la historia era casi autobiográfica y que Elise había existido realmente. Un breve resumen revelaba que la love story original había sido muchísimo más interesante que la de La bailarina. De entrada, su protagonista femenina era más fuerte, proactiva y decidida que su sosias literario (es el personaje que más chirría de toda la novela).
Y aquello fue lo que me fascinó. Se intuye lo que pudo impulsar a Mori a decantarse por un final más acorde con los gustos y la sensibilidad de la época, pero, teniendo en cuenta que la mayoría de las novelas son en cierta o gran parte autobiográficas, ¿cuántas historias geniales detrás de las buenas historias nos habremos perdido por culpa de los prejuicios, el dolor, la culpa o el pudor?   

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